"La súplica es, en esencia, la adoración".
An-Numan Ibn Bashir relató que el Profeta (la paz y las bendiciones de Dios sean con él) dijo:
Sunan At-Tirmidhi.
Aquí el Profeta está indicando que la súplica abarca todas las formas de adoración.
Esta idea también nos es transmitida en el Corán, donde Dios dice: "Su Señor dice: Invóquenme, que responderé [sus súplicas]. Pero quienes por soberbia se nieguen a adorarme, ingresarán al Infierno humillados"
(Corán 40:60).
Vemos en esta aleya que Dios primero menciona la súplica, diciendo: "Su Señor dice: Invóquenme, que responderé [sus súplicas]". Luego se refiere a ella como adoración, diciendo: "… quienes por soberbia se nieguen a adorarme …".
Esto nos muestra cuán importante es la súplica. El Profeta la consideraba como sinónimo de adoración, indicando que toda adoración a la que nos dedicamos, de algún modo es una forma de suplicar y rogar a nuestro Señor. Con base en ello, los eruditos han dividido el acto de suplicar en dos categorías:
1. Es una súplica siempre que una persona le pide algo a Dios. Esto incluye cuando Le rogamos a Dios que nos perdone y nos dé guía. Es muy obvio que esto es un acto de súplica.
2. También hay una súplica en los actos devocionales. Nuestras oraciones formales son una forma de súplica. El ayuno que realizamos es una forma de súplica. Cuando realizamos el peregrinaje, es una forma de súplica. La razón de esto es que siempre que un adorador se involucra en estos actos de adoración, es como si estuviera diciendo, a través de sus actos: "Mi Señor, Tú me ordenas y yo obedezco y pongo atención a Tu mandato. Aquí estoy, ofreciéndote mi adoración, así que, por favor, acéptala".
Este es el significado mismo de la humildad y la sumisión, y el acto de rogarle a nuestro Señor y suplicarle. También, la palabra árabe para nuestras oraciones regulares, Salat, significa literalmente "súplica". Los actos puros de devoción son los mejores medios de suplicarle a Dios. Cuando tenemos esto en mente, ello impregna todos nuestros actos de adoración con un significado profundo y nos hace dar cuenta mejor de la naturaleza devocional de aquello en lo que estamos involucrados.
No podemos perder cuando Le rogamos a nuestro Señor en súplica. Ya sea que nos conceda lo que Le pedimos, o que ganemos bendiciones por el acto de adoración que realizamos, las recompensas por nuestras súplicas están garantizadas (por la gracia de Dios) siempre que seamos totalmente sinceros en ellas. Esto se debe a que nuestras súplicas son un acto de devoción y una demostración práctica de nuestra fe.
La súplica encarna la quintaesencia de la fe. Cuando una persona suplica a su Señor, está actuando según su creencia de que hay un Dios Creador, Sustentador, un Proveedor celestial, Quien es capaz de todas las cosas y Quien tiene todas las cosas en Su mano. El suplicante tiene la certeza de que el Uno a quien clama posee lo que él Le está pidiendo, ya que Él posee todo lo que está en los cielos y en la Tierra. El suplicante también tiene la certeza de que todas las cosas creadas están en necesidad y solo Dios es rico. Por lo tanto, el acto de suplicarle a nuestro Señor está lleno de significados profundos y vitales.
Y, de hecho, la súplica repele y combate la mayor ruina que puede afligir al ser humano, sea creyente o no, y es la perdición del egoísmo. Es el egoísmo y el egocentrismo los que causan conflictos entre las personas, pues están en la raíz de la insolencia, la agresión, la opresión y la tiranía. Causan que las personas nieguen a los demás sus derechos, abusen de sus cónyuges y maltraten a sus colegas. Hacen que el líder gobierne mal a su pueblo y que los gobernantes de los países transgredan a los de otros países. Las sociedades sufren por el egoísmo y el egocentrismo tanto como lo hacen los individuos. Es el virus detrás de todos los problemas y afecciones de la vida humana. La súplica trae el poder de la fe para derrotar dicho virus. Lo hace porque provoca un estado de autolimpieza y humildad en el suplicante ante Dios, pues el adorador no puede acercarse a Dios a través de una puerta mejor que la humildad. Es por ello que el adorador está más cerca de su Señor cuando está prosternado ante Él.
Las mejores súplicas son aquellas que contienen el sentido de la autolimpieza. Por ejemplo, la siguiente súplica es mencionada en el Corán: "No hay otra divinidad más que Tú. ¡Glorificado seas! En verdad he sido de los injustos"
(Corán 21:87).
También encontramos en el Corán:
"¡Señor nuestro! Hemos sido injustos con nosotros mismos; si no nos perdonas y nos tienes misericordia, seremos de los perdidos"
(Corán 7:23).
El Profeta dijo la siguiente súplica: "¡Oh, Dios! Tú eres mi Señor. No hay deidad excepto Tú. Tú me creaste a mí y soy Tu siervo. Y estoy dedicado a Tu pacto y a Tu promesa tanto como me es posible…".
El Profeta le enseñó a Abu Báker a rogarle a Dios con las siguientes palabras: "He sido injusto conmigo mismo y nadie perdona los pecados sino solo Tú. Así que perdóname con Tu perdón y ten misericordia de mí, pues Tú eres el más Perdonador, el más Misericordioso".
Ibnu Rayab dijo: "El llanto de los pecadores (penitentes) es más querido por Dios que el canto de los que glorifican Su nombre".
Suplicarle a Dios con este tipo de humildad aleja a la persona del egoísmo. También desarrolla la consciencia del suplicante con respecto a los demás y le da una perspectiva de sí mismo en el contexto de los otros. Es por esto que las súplicas más bellas y bendecidas son aquellas en las que el suplicante Le ruega a Dios por otras personas (parientes y extraños, piadosos y pecadores, quienes están de acuerdo con él y quienes se le oponen).
Recuerdo una vez, durante el Hayy (peregrinaje), en que conocí a un grupo de musulmanes de Australia. Hablamos sobre el asunto de la hermandad y cómo esta puede alcanzarse. Ahora, esta delegación de Australia estaba conformada por varios grupos de personas que tenían el Islam en común. Sin embargo, estaban divididos por la ideología, las opiniones, sus lealtades e incluso el fanatismo. Yo estaba con ellos y les dije: "Como saben, estamos en la llanura de Arafah". Entonces, vino a mí el hecho de que yo estaba suplicando. Sentí la cercanía de la misericordia de Dios y sentí con fuerza la necesidad universal de que todas las personas tuvieran (como nosotros) Su misericordia. Entonces dije: "¡Oh, Al‑lah! Todo musulmán a quien Tu religión y Tu ley me permiten pedirte por su beneficio, por misericordia y perdón, Te suplico en su nombre por Tu misericordia y perdón en este lugar y día propicios".
Entonces, cuando suplicas así, estás acudiendo al Todopoderoso que es capaz de todas las cosas. Él otorga lo que Él quiere y decreta Su voluntad con Su palabra. Si Él quiere algo, solo dice "¡sé!" y es. Y, de hecho, después de hacer esa súplica encontré que esta había causado una fuerte impresión en los musulmanes australianos. Ellos estaban complacidos de ver cómo la súplica puede ser utilizada para reducir la tensión de los desacuerdos que afectaban al grupo de musulmanes, de modo que sus diferencias podían ser manejadas por el intercambio de consejos en lugar de seguir siendo una barrera impenetrable.
Otra forma en que la súplica ejemplifica la adoración es que es una manera de hablar en la que el suplicante se dirige directamente a su Señor con buenas palabras. Esto fortalece el corazón y la mente de quien habla, así como los de los demás que participen en ella. Algunas personas tienen la impresión errada de que la súplica es un tipo de deficiencia, una manifestación de incapacidad. Ellos creen que una persona simplemente duerme y se sienta por ahí, y luego Le ruega a su Señor. Por el contrario, la súplica nos da la resolución, la fortaleza y el valor para seguir adelante. Es por esto que el profeta les dijo a quienes pidieron estar en su compañía en el Paraíso: "Ayúdenme para eso haciendo muchas oraciones". Él quería atar sus aspiraciones con constancia, resolución y esfuerzo.
La súplica confirma la confianza que tenemos en Dios. El Profeta dijo:
"Reza a Dios con la certeza de que Él te responderá"
Sunan At-Tirmidhi.
. Ella también es una explicación de nuestro yo interior. Expresa nuestra magnanimidad, nuestra fe y nuestros valores, en especial cuando Le rogamos a Dios por los demás. Suplicarle a Dios nos hace tener el hábito de hacerlo por otros, lo que a su vez inculca en nuestros corazones las cualidades de la generosidad, el amor y la fe profunda.