“Si hay alguien entre ustedes”, dijo “con quien he sido injusto, aquí tienen mi espalda. Castíguenme. Si he dañado la reputación de alguno de ustedes, que haga lo mismo con la mía”.
La Peregrinación de Despedida
El final, sin embargo, estaba llegando, y en el décimo año de la Hégira partió de Medina con unos 90.000 musulmanes venidos de toda Arabia para realizar el Hayy, la peregrinación. Este viaje triunfal de un hombre de edad, cansado por los años de persecución e incansable lucha, está rodeado por un esplendor crepuscular, como si un esplendoroso anillo de luz hubiese sido al fin concluido, abarcando el mundo mortal y su calmo resplandor.
En el décimo año de la Hégira él fue a La Meca como peregrino por última vez, referido como su “Peregrinación de despedida” cuando desde la planicie de Arafat rezó ante una enorme cantidad de peregrinos. Les recordó todas las tareas del Islam, y que un día se encontrarían con su Señor, que los juzgaría a cada uno de acuerdo a sus obras. Al final del discurso, pregunto: “¿He transmitido el Mensaje?” y de la gran multitud de hombres quien unos meses o años atrás habían sido politeístas contestaron: ¡Oh Dios! ¡Si!” el Profeta dijo: “¡Oh Dios! ¡Sé testigo!” El Islam ha sido establecido y se transformará en un grandioso árbol que cobijará grandes multitudes. Su trabajo fue realizado y estaba preparado, para dejar su carga y partir.
Enfermedad y Muerte del Profeta
El Profeta regresó a Medina. Todavía había trabajo para realizar; pero un día fue atacado por distintas enfermedades. Llegó a la mezquita envuelto en un manto y muchos vieron los signos de la muerte en su rostro.
El dijo:
“¿Qué tengo que hacer con este mundo? Este mundo es como un caminante que se detiene bajo un árbol buscando refugio, y luego sigue su camino dejándolo atrás”.
Y luego dijo:
“Hay un siervo entre los siervos de Dios a quien se le ha ofrecido la oportunidad entre este mundo y el más allá, y el siervo ha escogido el que está con Dios”.
El día 12 del mes de Rabi’ul-Awwal en el onceavo año de la Hégira, que en el calendario cristiano es el 8 de junio de 632, entró a la mezquita por última vez. Abu Bakr lideraba la oración, y le pidió que continuara. Al observar a la gente, su rostro estaba radiante. ‘Nunca antes vi el rostro del Profeta mas hermoso que en ese momento’, dijo su compañero Anas. Regresando a la vivienda de Aisha recostó su cabeza en su regazo. Abrió los ojos y ella lo escuchó murmurar: ‘Con la mejor compañía en el Paraíso...’ Estas fueron sus últimas palabras. Cuando, mas tarde ese día, se rumoreó que había muerto, Umar amenazó con castigar a aquellos que difundieron el rumor, declarando un crimen pensar que el Mensajero de Dios pudiese morir. Estaba gritando a la gente cuando Abu Bakr llegó a la mezquita y lo escuchó. Abu Bakr fue hasta la habitación de su hija Aisha, donde yacía el Profeta. Habiendo descubierto que era verdad, regresó a la mezquita. La gente todavía estaba escuchando a Umar, que decía que el rumor era mentira, que el Profeta, que era de su sangre, no podía haber muerto. Abu Bakr se dirigió a él e intentó detenerlo susurrándole una palabra. Luego, viendo que no escuchaba, Abu Bakr llamó a la gente, que reconoció su voz, dejaron a Umar y se reunieron con él. Primero agradeció a Dios, y luego dijo esas palabras que personificaron la multitud del Islam: “¡Oh gente! Quien solía adorar a Muhammad, sepa que Muhammad ha muerto. Pero quien adoraba a Dios, sepa que Dios está vivo y no morirá”. Luego recitó el verso del Corán:
“Muhámmad no es sino un Mensajero, a quien precedieron otros. ¿Si muriera o le dieran muerte, volveríais a la incredulidad? Mas quien volviera a ella, en nada perjudicará a Alá. Alá retribuirá a los agradecidos.